Tareas del movimiento popular vasco
(Un
artículo de Iñaki Gil de San Vicente).-
El debilitamiento
teórico-crítico de amplias franjas de la militancia abertzale en los
últimos años, sobre cuyas causas no nos extendemos, es una de las
razones que explican las oscilaciones que ha sufrido el movimiento
popular hasta hace muy poco tiempo. Podríamos excusarnos diciendo que si
bien existe mucha palabrería sobre los “movimientos sociales”, en
realidad existe relativamente poca sistematización teórica sobre los
movimientos populares en el sentido que tienen en Euskal Herria.
Semejante dificultad se ha sumado al retroceso intelectual citado
resultando de todo ello una especie de desilusión y pesimismo en algunos
sectores independentistas sobre la misma posibilidad de recuperación
del movimiento popular aquejado, según se cree a simple vista, de la
aparente dificultad de tener que luchar en varios campos diferentes y
hasta aislados los unos de los otros, desde la amnistía hasta la cultura
y la lengua, pasando por el deporte, la ecología, las
drogodependencias, el urbanismo, etc. Se cree que esta diversidad
incapacita al movimiento popular para poseer una unidad interna que dote
de coherencia a cada una de esas luchas y le impide a la vez tener un
objetivo común, básico, a todas ellas, como los tienen el movimiento
obrero, el feminista y el juvenil.
Se cree que por eso el
movimiento popular debe estar supeditado a un partido que dirija sus
reivindicaciones por los vericuetos de la acción institucional y
electoral. Es cierto que la lucha sindical, la juvenil y la feminista se
enfrentan a enemigos precisos, concretos y muy notorios: la patronal,
el poder adulto y el sistema patriarcal. Pero ¿qué unifica al movimiento
popular? La respuesta la encontramos en nuestra historia: desde su
origen allá en lo más plomizo de la dictadura franquista, por no
retroceder más en el tiempo. A diferencia de los “movimientos sociales”
nacidos en la década de 1960, los movimientos populares ya habían
fusionado desde antes las reivindicaciones del pueblo en muchas luchas
vitales para su cotidianeidad, con una clara identidad vasca cada vez
más coherente y precisa, de manera que, mediante esa fusión, estos
segundos fueron una poderosa fuerza de masas decisiva para superar la
trampa de la llamada “transición democrática”.
Los movimientos
populares se enfrentan al Estado en todas aquellas áreas cotidianas en
las que la explotación burguesa y la opresión nacional superan lo
estrictamente económico, patriarcal y juvenil, para abarcar el resto de
la cotidianeidad del pueblo, sus vivencias. Si bien en sus formas
externas la amplísima gama de injusticias cotidianas presenta una
variedad deslumbrante, una mirada atenta nos descubre cuatro constantes
que las recorren internamente. Una es la dependencia hacia los planes
estratégicos del Estado ocupante y de la burguesía colaboracionista, muy
en especial en las largas crisis globales como la actual, cuando el
Estado descarga en los pueblos trabajadores que domina el grueso de los
costos de la crisis, como sucede ahora mismo. Debido a esto, se endurece
la totalidad de las injusticias cotidianas, desde la opresión
lingüístico-cultural hasta la sanidad. De aquí que una de las tareas
fundamentales del movimiento popular sea la de sacar a la luz cómo el
ataque socioeconómico empeora las problemáticas concretas de cada
movimiento popular.
La segunda es que cada movimiento popular
debe elaborar alternativas concretas en su campo de intervención,
proponiendo soluciones inmediatas pero también mediatas, no limitándose
al presente sino conectándolo con avances posteriores que deben ser
debatidos democráticamente. Si siempre es un error limitarse a enseñar
los objetivos inmediatos sin señalar los de más largo alcance, en el
contexto de la devastadora crisis actual este error es catastrófico. Uno
de los grandes enemigos de toda práctica concienciadora, además del
miedo a las represiones varias, es el de la ausencia de una perspectiva
de futuro, la creencia de que no existe alternativa mejor por la que
luchar a largo plazo. Este error hace que muchas luchas se desinflen y
aletarguen nada más haber logrado una mejora de las condiciones
presentes, creyendo que la lucha ha terminado o que es imposible
continuar avanzando. Y las alternativas las han de elaborar los propios
movimientos, porque ellos conocen mejor que cualquier burocracia de
partido lo que ocurre y cómo solucionarlo.
La tercera es que los
movimientos populares han de relacionarse entre ellos por la sencilla
razón de que su enemigo es uno, el bloque formado por el Estado y la
burguesía colaboracionista, en última instancia, el enemigo es el
capitalismo. Por esto, todos los movimientos han de mantener relaciones
de debate y elaboración común para perfeccionar la dialéctica entre sus
específicas luchas y la intervención común contra el mismo enemigo. Pero
esta interrelación ha de abarcar también al movimiento obrero, al
movimiento feminista y al movimiento juvenil. La sociedad burguesa se
vertebra sobre la explotación de la fuerza de trabajo social, y cuando
se llega a un nivel de choque serio entre el pueblo y la burguesía,
entonces es de vital importancia la unidad de todas las formas de
expresión de la fuerza de trabajo social, sea asalariada o no.
Y
la cuarta y última, es que el movimiento popular tiene que ser el
embrión del poder popular en su triple manifestación de, por un lado,
una de las bases autoorganizativas del pueblo trabajador; por otro lado,
una fuerza teórica radical que aporta alternativas y soluciones no
asimilables por el capital ya que surgen de lo más profundo de las
aspiraciones del pueblo, de su vida misma; y por último, una fuerza
antiburocrática y de crítica constructiva contra las tendencias
objetivas hacia el burocratismo dirigista y sustitucionista, tendencias
que se refuerza por la innata capacidad de asimilación en el orden del
capital que tiene la democracia burguesa por muy limitada que esté, y
por muy extranjera que sea. La triple característica ha de reafirmarse
frente al propio Estado vasco independiente, que debe ser vigilado desde
fuera por el poder popular autoorganizado. La experiencia histórica es
demasiado concluyente como para despreciarla: todo partido político,
toda política institucional y electoralista, y todo aparato estatal
tienden hacia su burocratización.
Si durante la lucha contra el
capital y su Estado el movimiento popular ha de potenciar la capacidad
crítica de su militancia, única garantía de su radicalidad teórica y
política, tanto más lo ha de hacer conforme el pueblo avance en las
cotas de poder conquistado. A la par que se van consiguiendo niveles de
gobierno municipal, foral, institucional, en ese mismo proceso el
movimiento popular ha de irse constituyendo como embrión del poder
popular independiente con respecto a las instituciones burguesas y
extranjeras de gobierno pensadas para pudrir toda conquista social. La
independencia del poder popular es imprescindible para evitar todo
riesgo de absorción por el agujero negro de la trituradora institucional
burguesa y española. No existen instituciones neutrales y asépticas, y
aunque no tengamos más remedio que recurrir a ellas y usarlas, debemos
asegurarnos nuestra independencia organizativa propia, nuestro poder
popular regido por los principios de la democracia socialista. Este
embrionario poder popular que vigile y combata todo riesgo de
asimilación y de burocracia, ha de asentarse en la ágil interacción
entre la lucha obrera, feminista, juvenil y popular, solamente así podrá
ser la fuerza de masas garante del desarrollo del independentismo
socialista, garante además de que nuestro necesario Estado vasco no
empiece a degenerar en un poder ajeno al pueblo trabajador, para
terminar siendo su enemigo.
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