Salvo el poder, todo es ilusión. La lucha de clases está abierta, y no
puede esperar durante años para ver si en algún momento coinciden en
Europa suficientes “gobiernos del cambio” para cambiar la Unión desde
dentro...
El único Plan válido: empujar la movilización hacia el cuestionamiento del sistema.
Conscientes del debate existente en
sectores cercanos, y en la medida en que afecta a las movilizaciones
previstas, adelantamos unas primeras valoraciones ante el autodenominado
“Plan B para Europa”, representado por actores como el ex-ministro de
finanzas de Syriza, Yanis Varoufakis, y, ya en el Estado español, por
viejos conocidos de Espacio Alternativo/IA y posteriormente del sector
“no iglesista” de Podemos, como Miguel Urbán.
Ante todo, no partimos de cero, pues hace bastante tiempo que vimos venir la situación actual. En el Informe político (9/2015): Debemos organizar la intervención revolucionaria, Red Roja afirmaba lo siguiente: “el
mayor obstáculo para hacer avanzar nuestra influencia viene de los que
alargan la agonía reformista y meramente electoralista. El principal
problema no estriba en los que “se autocritican” por los hechos (por
ejemplo, la dirección de Podemos), esos que después de separar la casta
del sistema separan al PSOE de la casta y confiesan que no, que no se
puede dar cumplimiento a los que las movilizaciones reclaman desde hace
años. La gran traba ahora para desarrollar y
fortalecer una estrategia revolucionaria de conquista de poder la ponen
precisamente aquellos que siguen proclamando que sí, que sí se puede no
pagar la deuda haciendo una auditoría, cambiar la UE desde dentro, etc.,
etc. El principal problema, en definitiva, lo tenemos con quienes
siguen apostando por cambiar el sistema desde dentro, sin derrocarlo y
mediante elecciones; aunque lo adoben de que hace falta “músculo social”
aparte del electoral cuando en realidad todo lo supeditan a la
competencia por “colocarse” en las listas de candidatos. Y tenemos que
tener muy en cuenta que esa “ala izquierda” –que ha sido cómplice del
engaño que apostó por canalizar electoralmente la protesta, pero ahora
se ve inmersa en luchas intestinas, en gran medida, por cuotas de poder
organizativo- no está dudando en flirtear incluso con consignas como la
del “no pago a la deuda” y hasta la de la “salida del euro”, alargando
el engaño y pretendiendo ocultar su responsabilidad”.
Así pues, pasamos a comentar este “Plan
B” siguiendo el método que ya hemos usado en otros análisis, y que no se
limita a prestar atención a la “literalidad” de lo que se dice sino
que trata de entender su inserción histórica real (en qué se traduce
realmente en la práctica y qué papel juega o está llamado a jugar en la
lucha de clases) para, finalmente, visualizar a qué responde
organizativamente tanto revuelo mediático.
*
Somos conscientes de que el eventual
apoyo que esta propuesta pudiera recabar no respondería a “lo que
dicen”, sino, más bien, a la predisposición de apoyarlo que tenga una
parte de la movilización contra la austeridad, en buena medida por la
inexistencia de una alternativa sólida desde planteamientos claramente
revolucionarios (algo que nos interpela directamente y que pone sobre el
tapete también nuestra responsabilidad ante una situación de aguda
crisis social que no empezó precisamente ayer).
No obstante, con respecto a lo que la
propuesta dice -y sin menoscabo de que en ulteriores posicionamientos
entremos en un análisis más detallado-, lo primero que se remarca es la
dificultad para efectuar dicho análisis, empezando por las constantes
contradicciones del “llamamiento”. Y ello, efectivamente, desde el mismo
punto de partida: ¿a quién llama el “llamamiento”, cuando
Varoufakis propone en un vídeo la unidad de “progresistas y
conservadores, marxistas y liberales para salvar Europa”? Como si las
diversas clases antagónicas compartieran o pudieran compartir una misma
visión de lo que es o debe ser “Europa”. Una cosa es que la línea
revolucionaria esté obligada, sobre todo en tiempos de agudización de
crisis sistémicas, a utilizar las contradicciones ciertas que surgen
entre diferentes grupos de poder y abra una brecha entre diferentes
clases y sectores y sus expresiones políticas, y otra cosa es que, en
nombre de que “hay que ser más”, dejemos simplemente de ser.
Por otro lado, el documento publicado
propone “democratizar radicalmente las Instituciones Europeas,
poniéndolas al servicio de la ciudadanía”. ¿No se supone que Varoufakis
rompió con Tsipras precisamente porque el primero estaba dispuesto a
romper con la UE y el euro, mientras que el segundo, que había contraído
ese compromiso, se acobardó a última hora? ¿Cómo explicar entonces este
paso atrás del economista griego?
Realmente, esto no tiene nada de “Plan
B”, sino que es lo mismo que lleva proponiendo el PIE (Partido de la
izquierda europea) en el Parlamento Europeo desde hace años. Y lo mismo
que ya fracasó en Grecia: intentar poner cara suplicante a Bruselas, sin
estar dispuesta a romper con ella. ¿Es un Plan con B mayúscula, o más
bien el plan bis de Alexis Tsipras y Syriza?
Por eso, ante todo, Red Roja declara que
este no es el Plan B que necesitamos. El Plan B que necesitamos es de
lucha de clases, de su reconocimiento, y no de ilusión electoral. Frente
a las especulaciones, hay que decir alto y claro que sin proyección
revolucionaria, el Plan A seguirá al timón de Europa y del mundo.
*
Pero hay que insistir en la realidad de
que no son los discursos, sino la crudeza de la lucha de clases (aunque
no se reconozca), la que ha hecho surgir este “Plan B”. Y, como venimos
diciendo, la situación real es de grave crisis sistémica y de guerra
social por parte de la burguesía, que amenaza con prolongar unos
recortes sociales que hacen caer todo el peso de la situación sobre la
espalda de la clase trabajadora.
Ante ello, hay que poner el acento en
que no estamos ante una “guerra de frases” o programática, sino ante
algo mucho más elemental: la cuestión del poder. Este proyecto redunda
en la confusión, puesto que plantea, sí, la cuestión del poder; pero de
un modo engañoso y, una vez más, electoralista.
En cierto sentido, este “Plan B” nos da
la razón: los responsables de las agresiones que hemos vivido residen en
Bruselas y Berlín. Pero solo para quitárnosla estratégicamente, puesto
que, finalmente, todo su desarrollo se queda en un eterno devaneo que
alarga eternamente el error central sobre la cuestión del poder.
Y ello dificulta la tarea de la línea revolucionaria de intervención, puesto que
prolonga las ilusiones y genera pasividad: ahora se trata de esperar a
que ganen las elecciones “fuerzas de cambio” en todos los países de la
Unión Europea y modifiquen, pacíficamente, los tratados europeos por vía
ordinaria.
En la práctica esto supondría posponer
“ad calendas graecas” (nunca mejor dicho) un cambio que urge y para el
que ya vamos tarde desde hace mucho. Y que exige, en primer lugar,
plantear claramente la ruptura con la UE y el euro y el no al pago de la
deuda; a partir de lo cual, trabajar duro para conseguirlo, para hacer
posible lo necesario, pero no utilizar las dificultades para defender
rebajas “facilonas” que, paradójicamente, son aún más imposibles
generando ilusiones que anticipan la desesperación y la derrota de las
movilizaciones. En eso cae el cálculo electoralista cuando viene a
plantear que hay verdades que no pueden defenderse porque “quitan
votos”.
Necesitamos un proyecto de cambio no limitado por el tacticismo y ese cálculo electoralista, que inicie desde ya
la pedagogía necesaria para desenmascarar el carácter de clase
oligárquico del proyecto europeo, que no sufrió ninguna “perversión
posterior” sino que ya era esto en origen. Y que inicie desde ya un formato de movilización no subordinado a lo electoral y que construya los
gérmenes del poder popular en cada barrio, en cada puesto de trabajo,
en cada centro de estudio, como elementos que acompañen la disputa
central del poder en toda regla.
*
Precisamente está relacionado con esto
último el tercero de los aspectos que debemos analizar, puesto que la
particular versión del “Plan B” en el Estado español no se entiende sin
constatar las disputas internas en el seno de Podemos y en el ámbito de
sus confluencia habidas y por venir. Y es que hay sectores que no
salieron bien parados en las primarias previas a las últimas elecciones
generales y que ahora, ante la posibilidad de unas nuevas elecciones,
intentan ganar posiciones.
En ese sentido, necesitan tener algo que
poner sobre la mesa en negociaciones intrapartidistas y de marcas
electorales. De ahí que gente como Miguel Urbán se haya postulado para
estar en primera línea de esta nueva teatralización política, sin entrar
en visualizar una confrontación con la actual dirección de Podemos; es
más, sabiendo que esto de decir que hace falta una correlación de
gobiernos progresistas es algo que hasta conviene para el “relato” (como
ahora gustan de decir) de los dirigentes de “La Tuerka”. Sin ir más
lejos (más bien, yendo aún más lejos) Iñigo Errejón (que no cuenta con
muchas simpatías entre los Urbán y c-IA), en una entrevista televisiva,
llegó a contar con los gobiernos actuales (¡) de Francia e Italia para
doblegar a la Merkel. En fin, que a todos les interesa eso de que la
ruta del cambio tampoco acaba en Madrid, con lo cual se curan en salud.
Por lo demás, dado que el “Plan B” no tiene muy claro que pueda crear
movilización propia (ahí está el precedente de las Euromarchas),
necesita instrumentalizar la previamente existente. Ello explica su
convocatoria para el 28 de mayo, el mismo día que las Marchas 22 M
habían convocado una jornada de movilización.
Desde Red Roja, que sí participó en las
Marchas desde el principio, llamamos a que estas movilizaciones no se
confundan con tácticas electoralistas ajenas a ellas. Siempre hemos
defendido la mayor unidad posible en la movilización. Sea como sea
intervendremos en estas movilizaciones. Pero lo haremos con
planteamientos propios y claros, tanto en lo referente a la línea de
demarcación (el no al pago de la deuda) como en lo referente a la
necesidad de establecer una estrategia de disputa real del poder… real,
y no meramente del gobierno en unas elecciones.
La experiencia histórica demuestra que
la vía electoral no sería posible ni siquiera rellenándola de “contenido
programático revolucionario”. Por eso fueron tan importantes e
históricas las Marchas. El 22 M no fue una opción electoral, sino la
“pata no electoral” de la protesta social. Así pues, no negamos que este
sea un “Plan B”, solo que no con respecto al enemigo, sino con respecto
a nuestra movilización del 22 M como marco no electoralista de lucha en
la calle. Y ello, además de ser, como decimos arriba el “plan bis” de
Tsipras y Syriza; un “plan bis” que, aunque no tenga más remedio que
desmarcarse del Syriza particular griego, nos condena a la syrización
universal.
Así pues, este “Plan B” resulta, finalmente, un empeño en
tropezar otra vez en la misma piedra en la que tropezó Tsipras, siendo,
por tanto, un proyecto incluso más engañoso que el de Syriza. Lo único
que propone son devaneos glamourosos que alargan el error de no afrontar
lo que realmente nos hace falta. Y ello resultaría cómico, de no ser
por el drama social que vivimos y que amenaza con más recortes, más
reformas laborales, más desahucios, más ataques contra la clase
trabajadora.
Lo decía Lenin: salvo el poder, todo es
ilusión. La lucha de clases está abierta, y no puede esperar durante
años para ver si en algún momento coinciden en Europa suficientes
“gobiernos del cambio” para cambiar la Unión desde dentro. Y menos
cuando, en mitad de esta eterna y vana espera, muchos están haciendo
“del cambio” su medio de vida, colocándose en ayuntamientos,
diputaciones, asesorías, etc: suele ser el “beneficio colateral” que
termina por imponerse cuando se instala el pragmatismo y la politiquería
y, encima, es que “no podemos ir más lejos porque la gente está muy
atrás”.
En suma, el “Plan B” supone otra
variante más dentro de la apuesta por una “canalización electoralista”
de la protesta social. Red Roja, por contra, sigue proponiendo la
necesidad de un referente político de masas que unifique, organice y dé
proyección a las protestas antirrecortes, partiendo del rechazo al
institucionalismo europeo y al pago de la deuda y a los rescates
imperialistas. Y que no ceda a la tentación de “rebaja electoralista” de
estos objetivos, máxime cuando, dentro del sistema, en estos tiempos de
real crisis capitalista, ni siquiera un programa rebajado es posible.
En Europa, como en el propio Estado
español, no se puede separar la casta del sistema. El punto débil de
este “Plan B” (y también el de Podemos) es que rehuye
la realidad, soñando con un plan para cambiar el Eurogrupo… desde
dentro. El punto fuerte de la revolución será hacer que el
enfrentamiento con la política de recortes de Bruselas y Berlín empuje
inevitablemente a la movilización hacia un cuestionamiento del sistema
oligárquico capitalista en su conjunto.
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