Losurdo y la actualidad de la lucha de clases, por Miguel Urbano Rodrigues. ...y mucho mas

Traducción: Red Roja

Losurdo es un comunista poco común hoy. Decepcionado de Rifondazione Comunista, se adhirió al joven Partido de los Comunistas Italianos.

Rechaza cualquier tipo de dogmatismo. Fiel a las enseñanzas de Marx y de Lenin, se distancia del dogmatismo subjetvista que durante décadas alcanzó a muchos partidos comunistas que, afirmándose marxistas, negaban en la practica la opción ideológica. La editorial El Viejp Topo publicó en 2014 en castellano su último libro, La lucha de Clases. Una Historia Política y Filosófica*.

Es un ensayo difícil, a veces pesado, pero fascinante por su lucidez y creatividad.

El discurso de Losurdo sobre la lucha de clases es oportuno y actualísimo en estos tiempos de confusión ideológica promovida por la intelectualidad burguesa y por un sistema mediático al servicio del capitalismo.
DEL MANIFIESTO A LA ESCLAVITUD

En la introducción el autor recuerda que El Manifiesto Comunista, ya desde su comienzo afirmaba que “La historia de todas las sociedades hasta hoy existentes es la historia de la lucha de clases”.

En el capítulo primero Losurdo comenta el marco europeo y mundial de explotación del hombre que dio origen al Manifiesto Comunista y a la reflexión de Marx que desembocó en la teoría de la lucha de clases. El choque entre opresores y oprimidos haría inevitable una lucha de clases para la emancipación de las víctimas.

La Revolución de 1848 contribuyó a que “ en vez de presentarse a primera vista como económica, la lucha de clases asumiera las formas políticas más variadas (revueltas obreras y populares, insurrecciones nacionales, represión desencadenada por la reacción interna e internacional que recurrió a medios militares y económicos) y en vez de desaparecer se volvió más dura”.

De Europa, salta el autor a Estados Unidos. Marx, en el primer libro de El Capital, califica la Guerra de Secesión como “el único acontecimiento grandioso de la historia contemporánea”

No muchos años más tarde, el gran revolucionario comprendió que la condición de los negros en la sociedad norteamericana, dominada por una oligarquía, iba a cambiar mucho menos de lo que él esperaba y deseaba.

Meditando sobre el fracaso de la Revolución de 1848, Marx y Engels no dejan de incentivar al proletariado de las potencias industrializadas a rebelarse, subrayando que en Inglaterra, en Francia, en Alemania, los obreros no dejan de ser “modernos esclavos”.

No olvidan sin embargo que hay otro tipo de “modernos esclavos”, las naciones oprimidas por estados poderosos y los pueblos de las colonias africanas y asiáticas. En Europa citan a Irlanda y a Polonia. En ellas, la lucha por la independencia es una modalidad de la lucha de clases.

Para Losurdo la Guerra 1914/18 es también una expresión de la lucha de clases en triple sentido. El conflicto, según él, remite a la lucha de las grandes potencias capitalistas por la hegemonía mundial; en las metrópolis, la clase dominante reduce la combatividad del proletariado a través la prueba de fuerza en el plano internacional; y al ampliar la explotación colonial transforma la cuestión nacional en una cuestión social que se tranfroma en una lucha de clases.
AVANCES Y RETROCESOS DE LA REVOLUCIÓN

La transición del capitalismo al socialismo y la extinción gradual del Estado son temas que trata exhaustivamente en los capítulos del III al XII, siempre en el contexto de la lucha de clases exacerbada después de la victoria de Octubre de 1917.

La Nueva Política Económica (NEP) fue creada después del fracaso de la política del comunismo de guerra. El hambre asolaba al país invadido por las potencias de la Entente y devastado por los ejércitos de los generales blancos.

Al concebirla, Lenin sabía que iba a suponer un retroceso de la Revolución, pero que era indispensable para salvarla. “La clase obrera – escribió en 1920, aún durante el comunismo de guerra – ostenta el poder estatal, pero está obligada a soportar grandes sacrificios, a morir y pasar hambre”

La paradoja, señala Losurdo, se hizo más evidente con la imposición de la NEP: “Ahora quien vive en condiciones económicas ostensiblemente mejores que las de la clase dominante es una clase, o sectores de una clase, que fue derrocada porque era explotadora”.

La aparición del nepman, rico, corrupto y arrogante, indignaba a los trabajadores y suscitó críticas de muchos militantes del Partido que llamaban a la NEP la “Nueva Extorsión del Proletariado”. Destacados dirigentes como Alexandra Kollontai y su ex amante Shlyapnikov se adhirieron a la llamada Oposición Obrera.

Losurdo dedica unas páginas a la formación de la conciencia de clase. Cita a Gramsci pero, atento al lado positivo del dirigente comunista italiano, no dice nada de las ambiguas tesis gramscianas en las que se inspiró, tergiversándolas, el eurocomunismo. Invoca con este propósito las opiniones de Mao Tse cuando advertía de que la expropiación económica de la burguesía no implicó su desaparición como clase cuando el Partido Comunista conquistó el poder.

La Revolución China le merece una atención especial. Losurdo estuvo próximo al maoísmo y así se percibe en su obra. De su libro sobre la lucha de clases se desprende la visión cuasi romántica del rumbo que tomó China después de las grandes reformas de Deng Shiaoping. Es innegable que fueron decisivas en la rápida transformación de un país atrasado, semicolonial, que creció a un ritmo inédito y que hoy controla la segunda economía del mundo.

No cabe en este artículo una reflexión siquiera superficial sobre la compleja experiencia china. Pero creo útil esclarecer que una académica marxista francesa, Mylène Goulart, afirma en su tesis doctoral, que China continúa siendo un país capitalista. (ver odiario.info).
LA TEMÁTICA DE LA NIVELACIÓN UNIVERSAL

En el capítulo II Losurdo aborda la temática de la “nivelación universal”.

Rebatiendo la falsedad de la tesis de Alexis de Tcqueville – un escritor venerado por la burguesía francesa – en su libro La democracia en América, según la cual en la Europa de mediados del siglo XIX ya no existían prácticamente las clases sociales, el filósofo italiano afirma que se trata de un disparate reaccionario.

Para el liberal francés desde el siglo XI se había iniciado en Occidente “una revolución en las condiciones de vida” de los pueblos que condujo progresivamente a una “nivelación universal”. En la escala social la nobleza habría reculado y la plebe avanzado. Y que pronto se juntarían.

Vivió lo suficiente (murió en 1859) para verificar consternado cómo la revolución industrial inglesa echaba por tierra su absurda teoría. Tocqueville por cierto admitía que la “nivelación” no impedía la existencia de grandes desniveles entre los europeos y los africanos y asiáticos.

Losurdo subraya que en su deslumbramiento americano, Tocqueville parece olvidar la existencia de millones de esclavos negros en la patria de Washington y Jefferson.

Con su desprecio por la “raza amarilla” el autor de la Democracia en América desconoce también que incluso en 1820 China representaba el 32% del PIB mundial y la India el 15%. El imperialismo británico arruinó rápidamente a estos dos países.
EL MITO DE LA PAZ UNIVERSAL. DE STUART MILL A H. ARENDT Y HABERMAS

En el mismo capítulo II y en el XI, Losurdo evoca los debates sobre el mito de la paz universal y comenta las posiciones de Hannah Arendt y de Jurgen Habermas relacionadas con un imaginario nuevo orden mundial que impediría nuevas guerras.

El liberal Staurt Mill identificó en el Imperio Británico el prólogo de una futura comunidad universal y de la cooperación y la paz entre los pueblos. Para él, ningún otro pueblo encarna como el británico la causa de la libertad y de la moralidad internacional, y pretende justificar esta monstruosa opinión afirmando que las poblaciones atrasadas tienen el máximo interés en integrarse en ese imperio para evitar su absorción por cualquier otro estado colonizador. Su conclusión es que muy pronto las guerras serían imposibles.

Losurdo obviamente ridiculiza y pulveriza el discurso imperialista de Stuart Mill.

Diferentes, pero igualmente aberrantes, son las opiniones sobre la transformación del mundo de Hannah Arendt y del filósofo Habermas.

La sionista americana califica la lucha de clases de “pesadilla”. Para ella la ciencia y la tecnología estaban contribuyendo al advenimiento de un nuevo orden mundial.

La historia desmiente esta esperanza. Losurdo cita dos ejemplos. La introducción en el Sur de Estados Unidos de la máquina descortezadora del algodón no afectó en lo más mínimo según él al trabajo esclavo. Si en 1790 el total de esclavos ascendía a 697.000, en 1861, vísperas de la Guerra de Secesión, sobrepasaba los 4 millones.

En la India, en 1864, el gobernador general definía como una catástrofe social la introducción de la maquinaria algodonera que arruinó a millones de tejedores hindúes. “Difícilmente, escribió, en la historia del comercio tiene parangón tamaña miseria”.

Contraponiendo los beneficios de la tecnología a los males de la lucha de clases, Arendt esboza un panorama optimista del futuro. El filósofo Habermas considera la lucha de clases obsoleta e innecesaria. En su opinión, el estado social de después de la II Guerra mundial condujo, tanto bajo gobiernos social-demócratas como conservadores, a una pacificación de los trabajadores.

Esta ingenua convicción no tenía base científica alguna. La brutal ofensiva del neoliberalismo, inspirado en las tesis reaccionarias del austriaco Friedrich Hayek, destruyó las bases del llamado estado social en toda Europa.
EL POPULISMO Y LA LUCHA DE CLASES

El último capítulo del libro, el XII, vuelve sobre la lucha de clases entre el marxismo y el populismo.

El autor cita varias veces a Simone Weil.

Para Marx, la lucha de clases es el motor del proceso histórico y social; para Weil “es un momento moralmente privilegiado en la historia y en la vida de los hombres”. La autora francesa es una crítica severa de la modernidad, de la industria y de las nuevas tecnologías.

Su populismo tiene afinidades con el pacifismo de Gandhi y con las ideas del senegalés S. Senghor, incluso con el proyecto de Proudhon de ayuda a los pobres.

Losurdo piensa que el populismo, sobre todo el de izquierdas, “estimula una visión de la lucha de clases que excluye de su radio de acción acontecimientos decisivos de la historia mundial”.

Añadiré por mi parte, que un destacado populista de izquierda, el talentoso vice-presidente de Bolivia García Linera, exhibiendo una máscara marxista, ha desempeñado un papel nocivo al influenciar a prestigiosos intelectuales progresistas de América Latina.
LA EXTINCIÓN DEL ESTADO

Son pocas las páginas en las que Losurdo trata en su libro sobre la problemática de la extinción del Estado. No conozco otro pensador comunista que haya abordado con tanto coraje y lucidez esa cuestión fundamental. Repite lo que en otros ensayos afirmó al considerar casi romántica la tesis marxiana de la extinción gradual del Estado. El autor de El Capital veía como innecesario el Estado en la futura sociedad comunista porque la inexistencia de clases sociales en las sociedades socialistas adultas lo habría transformado en una institución superflua, sin función.

Marx falleció mucho antes de que el rumbo de la Historia demostrase en la primera sociedad socialista la ingenuidad de la teoría de la extinción del Estado. Lenin la había defendido en su famoso libro El Estado y la Revolución, escrito en las vísperas de Octubre del 17. Pero él mismo tuvo que revisar su posición. El Estado Soviético en vez de caminar hacia la extinción, se fortaleció año tras año. Por motivos muy diferentes, un proceso similar ocurrió en China, en Cuba, en Vietnam y en las democracias populares de Europa oriental.

Marx no podía adivinar las respuestas de la Historia a su previsión. Ni Lenin, ni Mao, ni Fidel, ni el Che, podían anticipar que el mítico hombre nuevo imaginado por generaciones de comunistas tardaría mucho en surgir. Y sin él la transición del socialismo al comunismo es imposible. Ante la reconstitución de clases sociales, el Estado continúa siendo imprescindible.
***

Una nota personal para terminar este texto sobre el importante y polémico libro de Domenico Losurdo sobre la lucha de clases.

El profesor de la Universidad de Urbino ha acumulado una prodigiosa erudición. Su cultura, que abarca múltiples ramas del conocimiento, sobre todo en las áreas de la filosofía, de la historia y de la sociología, contribuye paradójicamente a dificultar la lectura de algunos capítulos. ¿Por qué? Por la rapidez de las transposiciones. Cambia inesperadamente de un tema a otro, de un autor a un acontecimiento, de un tema económico a un ejemplo, del análisis de una crisis a una cita sorprendente, de la reflexión sobre las causas de la disgregación de la URSS al mito del hombre nuevo.

Losurdo es siempre imprevisible. Disiento de él en algunas posiciones suyas. Pero la discordancia no afecta a la gran admiración que siento por la obra y por el hombre.

*Domenico Losurdo, La lucha de clases. Una historia política y filosófica. Ed.El Viejo Topo. Barcelona. D.L. 2014. Págs. 434

Vila Nova de Gaia (Distrito de Oporto. Portugal). Diciembre de 2016
 
 


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